La pintura corporal se inscribió en el vestido.
Pintura corporal
“La piel es lugar a la vez de apertura y de cierre ante el mundo, según decida el individuo. Frontera simbólica entre los adentros y el afuera, entre el interior y el exterior, entre uno mismo y el otro, es una especie de intervalo: marca el límite cambiante de la relación del individuo con el mundo..” (Martínez, 1995: 21)
"Mientras él se entretenía en hacerles algunas reflexiones sobre la deformidad que resultaba de pintarse el rostro, y particularmente de teñirse de negro los labios y los dientes, ellos satisfacían su curiosidad infantil, manoseándole los vestidos y la barba, abriéndole la camisa para examinarle el pecho, y entregándose a todo género de investigaciones, que sólo hallaron límite en el pudor del investigado.” Gutiérrez,1873).
"En la mayor de las tres canoas, que bogaba delante, íbamos el P. Albis, mi escribiente y yo, con nuestro piloto Eugenio, y un indio joven, que tenía sus puntas de elegante o dandy, como diríamos en Europa, o de cachaco, como en Colombia se llaman.

Durante el día que permanecimos en Puicuntí, este joven indio cambió diferentes veces sus adornos de plumas, pintándose otras tantas los brazos y el rostro de distinta manera. Tan pronto como variaba sus adornos, se nos ponía delante muy satisfecho de sí mismo y como haciendo alarde de su gran ingenio para dar nueva forma a sus galas. Por la tarde se nos presentó con grandes manojos de albahaca a guisa de brazaletes y otros ramos de hojas olorosas pendientes de las orejas, adornadas con largas plumas de la cola del guacamayo. Nuestra sonrisa, entre benévola y burlona, debió causarle una gran satisfacción, porque fue inmediatamente a buscar a sus compañeros, y en su manera de accionar parecía como que les participaba el gran éxito que había alcanzado. Este personaje, gracioso por demás, si no hubiese rayado en lo grotesco,” Gutiérrez,1873).
"Tan pronto como nos levantamos, salí por la playa a hacer un poco de ejercicio y disfrutar del fresco de la apacible mañana. La arena, con el rocío de la noche, que es abundantísimo, estaba mojada como si hubiese caído un copioso aguacero; y como me dijesen que podía haber peligro para la salud en respirar las emanaciones, que, en forma de vapor, se levantaban, me dediqué a visitar uno por uno los ranchos de aquella improvisada población, en la que cada persona, o a lo sumo cada familia, forma aparte su albergue, tan efímero como el tiempo que han de habitarlo. Esto me proporcionó el placer de asistir y examinar escrupulosamente, en todos sus pormenores, el tocador de una india. Hacía poco que se había levantado, y al llegar yo a su choza, acababa también de entrar en ella. Contestó a mi saludo con unas frases que no pude comprender, acompañadas de una sonrisa benévola. Me senté sobre un tronco a encender un cigarro en una pequeña hoguera que ella tenía próxima, para ahuyentar los mosquitos, y le ofrecí otro, que aceptó con muestras de gratitud, y guardó sin duda para fumarlo más tarde. Era la india una muchacha de hasta unos veinte años, fresca y rolliza; y aunque sus carnes tenían el color del bronce oxidado, se hallaban a la sazón en perfecto estado de limpieza, y no las afeaba ninguna de las extravagantes líneas con que se pintan frecuentemente. Acababa de bañarse." (Gutiérrez, 1873)
"La muchacha, ataviada de este modo sencillo, estaba realmente bella, dentro del tipo indígena. Apenas se colocó la corona, sacó del mismo cesto un espejito de proporciones exiguas, adquisición hecha de algún buhonero de los que comercian en el interior de estos bosques, y se estuvo contemplando algunos minutos con una complacencia que no trataba de disimular en manera alguna. En seguida sacó tres larguísimas sartas de cuentecillas de vidrio, blancas y azules, y se adornó con ellas el cuello y los brazos. Hubo otro paréntesis de contemplación al espejo, y yo me figuré que por entonces el tocador estaba concluido; pero faltaba lo principal. Volvió a meter la mano en aquel arsenal inagotable, y sacó de él un coquito como la mitad de un puño, y con un agujero redondo en su parte más gruesa. Por este agujero asomaba un palito que remataba como en pincel por una de sus puntas, y ésta era la que se hallaba dentro del coco; allí estaba el depósito de la chica, tinta de un color de carmín muy intenso, preparada con manteca de ave. Tomó el espejo en la mano izquierda y en la derecha el pincelillo, que se aplicó primero a la frente, y trazó en ella por debajo de la corona dos líneas delgadas y simétricas, un poco arqueadas y que venían a reunirse en una sola hacia el nacimiento de la nariz o un poco más arriba; prolongó luego esta La muchacha, ataviada de este modo sencillo, estaba realmente bella, dentro del tipo indígena. Apenas se colocó la corona, sacó del mismo cesto un espejito de proporciones exiguas, adquisición hecha de algún buhonero de los que comercian en el interior de estos bosques, y se estuvo contemplando algunos minutos con una complacencia que no trataba de disimular en manera alguna. En seguida sacó tres larguísimas sartas de cuentecillas de vidrio, blancas y azules, y se adornó con ellas el cuello y los brazos. Hubo otro paréntesis de contemplación al espejo, y yo me figuré que por entonces el tocador estaba concluido; pero faltaba lo principal. Volvió a meter la mano en aquel arsenal inagotable, y sacó de él un coquito como la mitad de un puño, y con un agujero redondo en su parte más gruesa. Por este agujero asomaba un palito que remataba como en pincel por una de sus puntas, y ésta era la que se hallaba dentro del coco; allí estaba el depósito de la chica, tinta de un color de carmín muy intenso, preparada con manteca de ave. Tomó el espejo en la mano izquierda y en la derecha el pincelillo, que se aplicó primero a la frente, y trazó en ella por debajo de la corona dos líneas delgadas y simétricas, un poco arqueadas y que venían a reunirse en una sola hacia el nacimiento de la nariz o un poco más arriba; prolongó luego esta.

Faltaba algo todavía para completar los estrambóticos adornos, y se atravesó un pedazo de junco por la ternilla de la nariz, y otros dos de cerca de un palmo de largo y como un dedo de grueso, en cada oreja, a los cuales acompañó unas planchitas triangulares de plata y algunas cuentas y plumas de distintos colores. En unos agujeritos que tenía hechos en el labio superior se introdujo otras tantas púas de chonta, en la misma dirección que el jabalí ostenta los colmillos; y juzgando ya su figura completa e inmejorable, echó la última mirada al espejo; guardó sus trastos en el cestillo; se levantó con aire de triunfo, y me tendió la mano con una expresión en que yo no pude menos de traducir esta frase: "ahora sí que me encontrarás hermosa!". Cuando volví a verla un poco más tarde, se había variado ya algunos de sus dibujos, y llevaba los dientes y los labios teñidos de negro. Entonces no pude menos de exclamar con lástima: ¡qué idea tan extravagante tienen estas pobres gentes de la belleza!
" Uno de los naturales había madrugado a embadurnarse el rostro con la tinta de que hacen tan frecuente como lamentable uso, de tal manera, que a cierta distancia su cara parecía, más que un rostro humano, un enorme pimiento maduro de los que se producen en España en diferentes localidades, principalmente en La Rioja. Viéronnos pasar cerca de ellos con más curiosidad que extrañeza, y cuando nos alejamos un poco, volvieron a entregarse a su trabajo.” Gutiérrez,1873).
Gutiérrez encuentra “bella” a la indígena mientras ella no inscriba en su cuerpo con colores y formas que se alejan del ideal de belleza de la cultura dominante, cada vez que ella se va interviniendo más el cuerpo, los dientes, el rostro se va alejando de lo que se considera belleza en los centros “civilizados” y se va volviendo “extravagante” su belleza.
Le curiosidad de los indígenas que podríamos ver equivalente a la curiosidad que sienten “los civilizados” por los hombres “no civilizados” es muy bella, me gusta la imagen de pensar los indígenas desnudando a los hombres blancas para ver cómo son, quizás se preguntaran si soy muy distintos y por eso sienten tanta necesidad de ocultar sus cuerpos.

El ritual de cuidar el cuerpo y la forma detallada en la que la realiza la indígena, nos habla de la importancia de las transformaciones corporales y la pintura corporal para las comunidades indígenas del siglo XIX, y como sus cuerpos se convierten en equivalentes de los contextos que habitan, sin necesidad de acudir al vestuario occidental y entrar en sus parámetros de belleza.
"El dandy coreguaje"
“ DANDI: Expresión de origen inglés que designa al hombre que destaca por su elegancia sin llamar la atención. De origen decimonónico y romántico, el prototipo del dandi como árbitro de las elegancias masculinas.” (Reviére, 2014)